Chacho Salvador Prados Doninguez 1971 después de 33 años de exilio en Francia |
Nos contaba que él era parte de un equipo de fútbol que ellos fundaron, el primero que hubo en Baños de la Encina, su madre le tenía al tanto de todo lo que pasaba en el pueblo, pero hacía casi dos años que murió y desde entonces estaba un poco perdido, tenía libros, revistas que mal leía a la luz de las velas, pero éstas se les habían acabado, nosotros le llevamos más y una linterna con pilas, se puso muy contento, le gustaban los toros, así que las revistas que ya había leído mi abuelo Esteban " El ruedo y "El caso" a las cuales estaba suscrito mensualmente por correo, empecé a llevárselas a él una vez que mi abuelo las leía, me preguntaba que por qué me las llevaba y yo le decía que para hacer manualidades en las monjas.
Cuando oía la palabra televisión no sabía de qué se trataba, aunque su madre le dijo un día que vio una caja cuadrada en la que salían personas como fotografías en movimiento en blanco y negro, ni el picú, o aquel aparato que trajo mi tío Juan este año de Barcelona para la feria de mayo un caset que podía grabar canciones en una cinta y escucharla siempre que quisieras, o nuestras voces hablando o cantando, mi tío nos grabó varias cintas, mientras comíamos charlando, a mi madre cantando saetas, decía que para poder escucharnos cuando se fuera otra vez Barcelona y que mi otro tío Manolo, nos oyera al menos por aquel moderno aparato, venía cada dos años a vernos ya que su mujer era de Galicia y alternaban las vacaciones entre Galicia y Andalucía.
Así pasamos varios días, hasta que los chicos se mosquearon por que no queríamos jugar con ellos en los peñones a las guerrillas escondidos tirándonos piedras, o con arcos hechos por ellos con vestugas de sierpes, cuerdas y flechas de tabla de las cajas que encontraban de madera en los estercoleros, ellos nos notaban raras a las cuatro, un día hicimos un juramento de sangre nos pinchamos con un alfiler el dedo de cada una y juntamos nuestros cuatro dedos diciendo a la vez "Nunca por nada del mundo diremos nuestro secreto"
Para disimular jugábamos en la entrada de la cueva del cotanillo a las casicas con nuestros muñecos, a las tiendecicas, pero nuestro secreto tenía las horas contadas, ya era demasiado tarde, Rafael y Pedrín habían escuchado la conversación que teníamos las tres en el cotanillo, se había subido por el bardal de la calle Amargura paralela al cotanillo y estaban escondidos sin que nos diéramos cuenta.