En verano, mi abuelo Esteban, se entretenía en hacerme calaveras de sandías, que ataba a una cuerda para que yo las pudiera llevar con mis manos, luego le ponía una vela dentro y en la semi oscuridad de la calle Mestanza, a lo lejos, parecía una verdadera calavera, unas veces con cara terrorífica y otras con cara risueña, a veces con unos colmillos que daba miedo mirarla...
Empezaba quitándole la tapa por arriba donde tenia el rabo y con su navaja la iba dejando hueca, la pulpa servía de alimento a las cabras y marranos que teníamos en el corral, luego en la cáscara con mucha maestría le hacía los ojos, la nariz, la boca, las orejas, por donde luego saldría el resplandor de la vela, echaba una poca de cera en la base de la sandía ya hueca y se quedaba pegada, luego le volvía a poner la tapa y ya estaba hecha mi calavera.
Eran formas de jugar ya que por aquellos años habían pocos juguetes pero una gran imaginación, a veces se las hacía a mis amigas, sobre todo cuando había gran recolección de sandías ya que mi abuelo era agricultor y hortelano, luego mi madre se encargaba de vender los productos de la huerta en la puerta de casa, recuerdo aquel peso de platillos dorados relucientes y que al acabar la venta de cada día los limpiaba con sidol, un producto para limpiar lo dorado (bronce) y la cata que consistía en hacer un cuadradito en la panza de la sandia o melón, si estaba pocha se le daba otra y esta servía para los animales, el cliente siempre se iba contento.
Mi abuelo tenia una forma peculiar de cortar la sandia para los postres, la ponía en una fuente de porcelana redonda, le quitaba la tapa del rabo y la de abajo y empezaba hacer tajadas sin llegar con la navaja al centro, luego metía su navaja albaceteña para dejar el centro, como un cono, cuando acababa le daba un golpe con el puño cerrado y esta se abría dejando el corazón en el centro, y por el que todos peleábamos, para coger un trozo (Parte mas sabrosa) y que repartíamos entre todos, tenía una buena colección de navajas muchas de ellas regalo de Damaso Gonzalez, torero de Albacete, que acogía a la hora de las comidas y con el que compartía las talegas en el campo y su ilusión de llegar a ser figura del toreo, cosa que consiguió, nunca echó en olvido, aquellos cucharros compartidos debajo de las olivas, cuando venía de tienta, y siempre por Navidad durante muchos años llegaba a casa un pequeño paquete con una navaja y una foto de él, vestido de torero dedicada a mi abuelo...
Íbamos todos con nuestras calaveras que parecía la calle un cementerio viviente, hasta nos atrevíamos a salir por otras calles, donde a veces nos encontrábamos con una o varias calaveras de otras calles, portadas por otros niños
Recuerdos que tengo de aquellas noches calurosas de verano, donde al caer la noche, la calle era nuestra mejor aliada contra el calor, se regaba para que estuviera más fresquita y sentadas en las gradas se contaban historias, anécdotas del día, lo que se iba hacer para la fiesta de los Exclavos etc...
y se dormía en los portales con las puertas abiertas en camastros.
Recuerdos y más recuerdos...