Este
cuento me lo contaba mi madre, era junto con, los siete cabritillos y el lobo;
La caperucita roja; El cucharrillo de miel; Las sonajitas de oro; La lechera;
El gato con botas; Garbancito; etc…
Parte del repertorio que me contaba mientras comía, debajo de aquella higuera enorme en nuestra casa en la calle Mestanza o a la hora de irme a dormir, ella no sabe leer, le toco vivir una mala época en la que con tan solo 8 años estaba sirviendo para poder comer, pero con su imaginación hacia que yo cerrase los ojos y al contarme los cuentos pusiera cara a los personajes y paisaje casi siempre los peñones y la llaná, el castillo de Baños, el callejón del pilar con aquellos viejos fantasmales caserones.
Parte del repertorio que me contaba mientras comía, debajo de aquella higuera enorme en nuestra casa en la calle Mestanza o a la hora de irme a dormir, ella no sabe leer, le toco vivir una mala época en la que con tan solo 8 años estaba sirviendo para poder comer, pero con su imaginación hacia que yo cerrase los ojos y al contarme los cuentos pusiera cara a los personajes y paisaje casi siempre los peñones y la llaná, el castillo de Baños, el callejón del pilar con aquellos viejos fantasmales caserones.
Estos
mismos cuentos se los leía su madre a
ella y a sus hermanos de viejos libros guardados por muchos años como tesoros y
que ella memorizó para luego contárnoslos
a mi hermana y a mí , mas tarde a mis
hijos, ahora yo los escribo en mi blogs para que mi nieta algún día al leerlo
sepa los cuentos con los que soñaba su abuela cuando era una niña.
H abía una vez un molinero que tenía dos grandes amores en su vida: el
trabajo y su hija.
Era ésta una hermosa muchacha en la que resplandecían todas las virtudes.
Hizo la suerte que pasara por allí el joven rey, que se interesó por su vida y su trabajo.
Era ésta una hermosa muchacha en la que resplandecían todas las virtudes.
Hizo la suerte que pasara por allí el joven rey, que se interesó por su vida y su trabajo.
—
¿Decís que tenéis una hija?
— Sí, Majestad, tengo una hija que, además de ser muy bella, es tan habilidosa que sería capaz de convertir la paja en oro.
— Una doncella así me convendría. Si tu hija es tan hábil como dices, tráela mañana a palacio; quiero convencerme si es verdad cuanto decís.
— Señor, aunque pobre, soy honrado y leal, allí estaré mañana con mi hija.
(El pobre molinero se arrepentía de haber dicho tal cosas)
— Pues así habrá de ser, porque en el caso de que tu hija no tenga tales habilidades mandaré que os ahorquen a ambos.
— Sí, Majestad, tengo una hija que, además de ser muy bella, es tan habilidosa que sería capaz de convertir la paja en oro.
— Una doncella así me convendría. Si tu hija es tan hábil como dices, tráela mañana a palacio; quiero convencerme si es verdad cuanto decís.
— Señor, aunque pobre, soy honrado y leal, allí estaré mañana con mi hija.
(El pobre molinero se arrepentía de haber dicho tal cosas)
— Pues así habrá de ser, porque en el caso de que tu hija no tenga tales habilidades mandaré que os ahorquen a ambos.
A otro día por la mañana la joven fue
conducida a palacio, donde la metieron en una alcoba que tenía grandes montones
de paja y una banqueta. Allí un criado
de palacio le dijo:
—
Ponte al trabajo inmediatamente, porque si para mañana no has convertido en oro
toda esta paja, su Majestad te mandará ahorcar y a tu padre también.
Y salió de la habitación dando un portazo.
Y salió de la habitación dando un portazo.
Al quedarse sola la joven rompió a llorar
desconsoladamente.
—
¡Ay, Dios mío, por qué habrá dicho mi padre que yo sería capaz de convertir la
paja en oro, si eso es imposible!
La joven seguía llorando cuando sintió una
musiquilla y, de pronto, apareció un enanito muy sonriente que le dijo:
—
¡Buenos días, molinerita! ¿Por qué lloras?
— ¡Ay, señor, el rey me manda que toda esta paja la convierta en oro y no sé cómo empezar!
— ¿Qué estarías dispuesta a darme si yo toda la paja la convierto en oro?
— Yo no tengo ninguna joya que darte, pero ayúdame y haré cualquier cosa por ti.
— Bueno, bueno, prométeme que cuando te cases con el Rey, me entregarás el primer hijo que tengas.
— ¡Pero si yo no me pienso casar!
— Bueno, bueno, pero tú prométemelo.
— Está bien, pero luego no sufras por el desengaño.
— ¡Ay, señor, el rey me manda que toda esta paja la convierta en oro y no sé cómo empezar!
— ¿Qué estarías dispuesta a darme si yo toda la paja la convierto en oro?
— Yo no tengo ninguna joya que darte, pero ayúdame y haré cualquier cosa por ti.
— Bueno, bueno, prométeme que cuando te cases con el Rey, me entregarás el primer hijo que tengas.
— ¡Pero si yo no me pienso casar!
— Bueno, bueno, pero tú prométemelo.
— Está bien, pero luego no sufras por el desengaño.
El enanito se puso a trabajar con tal
velocidad que en poco tiempo había convertido toda la paja en oro.
A otro día por la mañana, cuando llegó al rey quedó asombrado al ver aquel montón de oro y pensó que la forma de asegurarse aquella riqueza era hacer que la molinera fuera su esposa.
A otro día por la mañana, cuando llegó al rey quedó asombrado al ver aquel montón de oro y pensó que la forma de asegurarse aquella riqueza era hacer que la molinera fuera su esposa.
—
Estoy orgulloso de ti hasta tal punto que voy a casarme contigo.
— ¡Pero, señor, yo no...!
— ¡Nada, nada, —la interrumpió el rey—, mañana mismo nos uniremos en matrimonio!
— ¡Pero, señor, yo no...!
— ¡Nada, nada, —la interrumpió el rey—, mañana mismo nos uniremos en matrimonio!
Se casaron y fueron felices, acabaron enamorándose con el pasar de los días .
Al año la cigüeña les trajo un tierno infante.
Un día que la joven reina estaba a solas con su hijito se le apareció el enano y le dijo:
Al año la cigüeña les trajo un tierno infante.
Un día que la joven reina estaba a solas con su hijito se le apareció el enano y le dijo:
—
Buenos días, Majestad, vengo para que cumpláis vuestra promesa.
¿O acaso la habéis olvidado ya?
— ¡No, por favor, cómo olvidar que gracias a usted tengo tanta felicidad, coger cuánto queráis del Palacio.
-Quiero que me deis vuestro hijo.
-Pedirme lo que queráis, pero dejadme a mi hijito!
— Está bien, voy a darte una oportunidad. Te doy tres días de plazo para que adivines cuál es mi nombre.
¿O acaso la habéis olvidado ya?
— ¡No, por favor, cómo olvidar que gracias a usted tengo tanta felicidad, coger cuánto queráis del Palacio.
-Quiero que me deis vuestro hijo.
-Pedirme lo que queráis, pero dejadme a mi hijito!
— Está bien, voy a darte una oportunidad. Te doy tres días de plazo para que adivines cuál es mi nombre.
La reina no durmió en toda la noche
recordando cuantos nombres sabía. Al día siguiente, cuando llegó el enanito, la
reina le recitó todos de carrerilla; pero a cada uno de ellos el enano daba un
pequeño salto y riendo decía:
—
¡No, no, ése no es mi nombre, ja, ja, ja, ja! Y desaparecía muy contento al ver
que no adivinaba su nombre.
Al día siguiente otra vez la reina volvió a
decirle todos los nombres que pudo recordar, pero el enanito desapareció riendo
al ver que la reina no conseguía acertar.
Viendo la reina el corto plazo que tenía
para adivinar el nombre del enano, mandó a un servidor de la Corte para que lo
siguiera o indagara su paradero. El emisario llegó hasta lo alto de una montaña
y, escondido detrás de unas matas, vio cómo el enanito bailaba alrededor de una
brillante hoguera, mientras tocaba una dulzaina y al mismo tiempo cantaba:
—
¡Mañana tendré yo aquí un príncipe que me sirva, desde el punto hasta el
confín, nadie sabrá que me llamo el Enano Saltarín!
El servidor de la Corte, al oír esto,
corrió enseguida a decírselo a la reina, que se puso muy contenta. Y a otro
día, cuando llegó el enanito, la reina empezó como de costumbre a decirle
nombres:
—
¿No te llamarás Pedro? ¿No te llamarás Juan?
Y a cada fallo de la joven, el enano daba
un pequeño salto y decía:
—
¡No, no, frío, frío!
— Entonces, entonces puede que te llames el Enanito Saltarín.
— ¡Aaaaj! ¡Por fuerza te lo tiene que haber dicho el mismísimo Diablo!
— Entonces, entonces puede que te llames el Enanito Saltarín.
— ¡Aaaaj! ¡Por fuerza te lo tiene que haber dicho el mismísimo Diablo!
Y salió por la ventana dejando tras de sí
un gran rastro de humo.
La reina no volvió a verlo jamás y vivió muy feliz con su principito y con su esposo.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado y un poquito de alcaravea par que esta noche no te peas.
La reina no volvió a verlo jamás y vivió muy feliz con su principito y con su esposo.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado y un poquito de alcaravea par que esta noche no te peas.
Dedicado a todos los niños del mundo
mundial y en especial a Sheila, mi nieta .