Qué lejos queda este recuerdo, aún, cuando paso por el colegio de las Hermanas de Cristo Crucificado y miro sus muros, oigo en mi mente, risas de niñas jugueteando por el patio, en las horas del recreo, a la comba, al corro, saltando a la goma desde los tobillos hasta debajo de las axilas y a la pelota, entre los que se encontraba el juego de los pelotazos.
Escucho como la hermana Teresa gruñe, por que le hemos roto algún tallo de una de sus plantas y a la hermana Elisa llamarnos con unas palmadas, para hacer filas y volver de nuevo a clase, sigo recordando, cierro mis ojos para verme en el comedor poniendo las mesas rectangulares de madera, en color azul para seis comensales,que se protegían con un ule de plástico transparente, platos de cristal de duralex, vasos a juego, y una jarra de agua en medio.
Los cubiertos, cuchara, tenedor, cuchillo y servilletas de cuadros azules, teníamos que comer calladas con la hermana de turno dando vueltas por las mesas, para que no no saliésemos de las normas, alguna que otra vez leyendo un libro y sobre todo de la leche en polvo, almacenada en un saco en la pequeña cocina y en la que más de una metíamos la mano para comérnosla a puñados.
Cada semana le tocaba a una mesa recoger el comedor y fregar los platos, siempre con una monja pendiente que todo quedase ordenado, para luego a las tres de la tarde el comedor sirviera de clase.
Con la hermana Dolores estudié los cursos de 1º y 2º
Con la hermana Elisa 3º y 4º
y con la hermana Mercedes 5º y 6º
De todas ellas tengo un gran recuerdo, pero quizás por tener más edad, la que más me inculcó en mi forma de ser fue la hermana Mercedes, es de Segovia y nos contaba que desde su pueblo se veía una cordillera de montañas que le decían las montañas de la mujer muerta, por que en la lejanía tenía ese perfil de mujer yacente, siempre me decía que algún día iría a verla, a mis casi 51 años todavía no he cumplido ese deseo de niña, quedó al igual que otros, sumergido en mis sueños incumplidos .
A esta edad de niña, (de 6 a 12 años) en la que todo nuestro afán es crecer y aprender, se nos queda grabado en la mente todo, mejor que lo que hacemos hoy, que para mañana ya no me acuerdo, y sin embargo de todos los detalles de esos años, cada vez son mas cercanos a medida que me voy habiendo mayor.
Recuerdo los ejercicios espirituales de Semana Santa, cuando nos daban las vacaciones, los días previos al comienzo de esta, se hacían, se podía apuntar niñas que hacían el último curso, 6º, empezábamos, lunes, para seguir martes y miércoles a las 7 de la mañana, se comenzaba rezando el Rosario, para luego continuar con el desayuno, hacer actividades extra escolares charlas, sobre cualquier tema, pero lo que más nos gustaba era el tema del sexo, cosa tabú en nuestras casas y que en contra de lo que se creía, sí que nos lo explicaba la Hermana Mercedes, a su manera, claro y que lo más bonito de una mujer era llegar virgen al matrimonio entregarle lo más preciado de una niña a su marido en la noche de bodas, así que las que somos de mi edad, con la educación que nos dieron en casa y en las monjas, llegamos con ese roalito tan preciado, guardado para esa noche especial, que luego resultó no ser tan especial.
Era todo el día en el convento, después de la comida, recogíamos y nos íbamos a nuestras casas.
Una experiencia que nos encantó, en unos meses, acabábamos esta etapa, para hacer 7º y 8º curso con Doña Anita , en el grupo escolar mixto, Nuestro Padre Jesús del Llano, ahí terminábamos nuestra EGB.
Después, unas pocas seguirían estudiando, otras aprenderíamos a bordar, coser, trabajar en la aceituna, o servir en casas.
Eran las metas de la mujer de pueblo, cumplir años, echarse un novio, casarse y tener hijos...
Afortunadamente, ya no es así, la mujer hoy en día es independiente, y no necesita de un hombre para mantenerse.
Todas las niñas íbamos impecables a clase, ya que nos puntuaban en las notas trimestrales de 0 a 10 aseo, el Pichi del uniforme con la falda a tablas, era azul marino, debía ir impecable, camisa blanca planchada, el babi a rayas azules, sobre fondo blanco, doblado en el brazo, cada lunes limpio, para preservar el uniforme, pocas teníamos abrigos, pero si, chaquetas de lana hechas por nuestras madres o abuelas, zapatos de la marca gorila de color marrón, con calcetines o medias de igual color.
Aún tengo mis notas guardadas, como diplomas y alguna que otra banda de color verde, en tela de seda, que se obtenía trimestralmente, y se me olvidó llevar, eran según las notas estrechas para los 7'5, un poco mas anchas para los 8'5, y la mas ancha para los 10, (me pregunto , si esas eran las medidas en centímetros)🤔 y con qué orgullo las lucíamos, cuando nos la ponía la madre superiora, a la entrega de las notas, sobre todo a las finales de junio en las que iban los padres y se hacía una fiesta, con canciones del picú, en discos de vinilo, donde nunca faltaba la jota del candil, Marce bailando sevillanas y Carmen, bailando de puntillas el lago del cisne y que al final se abría de piernas, la representación de la obra escrita por la Madre Superiora Amalia, *La oveja descarriada*
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La gimnasia era dos veces por semana, dónde nos obligaban a llevar unos pololos azul marino, con gomas para que estos se sujetaran a las piernas, hechos por nuestras madres, de tela de nylon, los metíamos en nuestras carteras y nos lo poníamos para que no se nos vieran las bragas, debajo del uniforme, había dos veces también en semana, costura por las tardes, se hacían, manteles, bolsa para el pan, hechas de punto de cruz, bordadas, o de lagarterana, aprendimos hacer cadenetas, vainica doble, y muchos puntos más.
Me encantaba las manualidades, donde reciclábamos, toda clase de material, sellos, periódicos, postales, y maderas, para hacer cuadros y colgar las llaves, otros para meter la caja de cerillas al lado de la cocina, a mí me encantaba los días de estas tareas... Recuerdo que forrè una vasija de cristal con sellos, tenía a los familiares y vecinos, cansados de decir que al recibir las cartas, no tiraran los sellos, y me los guardaran, habían los clásicos con la imagen de Franco, de distinto color y los que venían de fuera de España, que eran preciosos, entonces había mucha correspondencia, rara era la casa que no tenía familiares trabajando en Madrid, Barcelona, Francia o Suiza, Alemania...
Recuerdo los campeonatos que hacíamos de cesta y puntos, programa muy popular de la TV y que nosotros hacíamos para finales de curso, constaba de 10 niñas sentadas en los pupitres, un equipo enfrente de otro, dos delanteras, dos defensas y una ultima el pivo, en la que caía la responsabilidad del rebote, en caso que el equipo contrario no contestase a la pregunta, ni las delanteras, ni las defensas, ni el pivo, entonces pasaba al pivo contrario y la pregunta valía el doble.
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Montaña de la mujer muerta (Segovia) |
Recuerdos y más recuerdos de mi niñez, que se agolpan en mi mente, sin querer que se me quede alguno en el cajón de los recuerdos
Valla pues, mi recuerdo más querido para esas monjitas que un día me enseñaron y me dieron parte de esta educación que he intentado enseñar a mis hijos. Para mí no fue traumática la educación en un colegio de monjas, todo lo contrario, son los recuerdos más bonitos de mi infancia.
Y un recuerdo especial a mis compañeras de clases.
Espero no olvidarme de ninguna, pero rectificarme, si alguna no ve su nombre.
Ana Muñoz, Isabel Garrido, Águeda Merino, Josefina Rodríguez, Mariloli, Isabel Pérez y otra de igual nombre y apellido, Agustina Fernández, Luisa las Heras, Ana Felisa, Anamari Arjona, Angelita, Encina López, Angustias Velázquez, Antonia Sanpedro, Ulpiani Frutos, Tere Frutos, Concha Azorít, Mari Corpas, Carmen Sánchez, Puri, Juana Requena, etc
Gracias por haber sido mis amigas en ésa etapa de mi vida